Todo comenzó con un “hola, bebé”. Una cuenta en Facebook, con la foto de una mujer joven, atractiva y aparentemente cercana a Villanueva, empezó a escribirle a un hombre del municipio. “Te he visto por ahí. Me pareces muy simpático”, decía el mensaje. Y así, entre cumplidos, emojis y frases familiares, se inició una conversación que no parecía tener nada de extraño.
El hombre, como muchos en redes sociales, respondió. El tono era seductor, la atención constante. Confiado, compartió detalles sobre su vida: su nombre, dónde vivía, con quién vivía, dónde trabajaba su esposa, dónde estudiaban sus hijos. Nada que no se publique todos los días en redes. Pero cada dato era una ficha que encajaba en una trampa cuidadosamente construida.
Días después, el mismo hombre recibió otro mensaje. Esta vez no era coqueto ni amable. Era una amenaza.
“¿Usted por qué me le está escribiendo a mi mujer?”, decía el remitente. “Yo soy el comandante del frente 56 de las FARC. Lo voy a matar a usted, a su esposa, a sus hijos. Ya sé dónde viven”.
La voz escrita se volvió orden: si no quería que su familia sufriera, debía seguir instrucciones. Entre ellas, abordar a una tercera persona y cometer una acción extorsiva. Es decir, convertirse él mismo en parte del engranaje del delito.
El caso fue narrado por el Capitán Fabio Castañeda, comandante de la Estación de Policía de Villanueva, durante una reciente reunión sobre seguridad en el municipio. Según explicó, la extorsión fue orquestada desde una cárcel. “Estos bandidos tienen 24 horas al día para pensar cómo extorsionar”, dijo.
Las autoridades lograron demostrar el origen carcelario de la amenaza y capturar a los intermediarios. Pero el episodio dejó una alerta clara: las redes sociales también son terreno fértil para el crimen.
“No era la mujer de la foto, era un preso con tiempo y estrategia”, concluyó el oficial.