Entre el 21 y 22 de junio, bombarderos B‑2 de Estados Unidos llevaron a cabo una ofensiva aérea sobre tres instalaciones asociadas al programa nuclear iraní. De acuerdo con fuentes militares, los ataques se centraron en complejos subterráneos ubicados en Fordow, Natanz e Isfahán, donde se utilizaron misiles Tomahawk y bombas GBU‑57, diseñadas para perforar estructuras enterradas a gran profundidad. Washington calificó la operación como un “éxito militar sin precedentes” y afirmó que se logró la destrucción de túneles de acceso y estructuras críticas en la zona de Fordow, considerándolo un golpe estratégico de alta precisión.


Imagen satelital del complejo de Fordow (GeoEye-1) mostrando los accesos subterráneos y estructuras asociadas al programa nuclear iraní

Desde Teherán, el gobierno negó que las instalaciones nucleares hayan sufrido daños estructurales significativos y aseguró que no se produjo ninguna fuga de material radiactivo. En declaraciones difundidas por medios oficiales como Press TV e IRNA, se subrayó que las actividades nucleares continúan sin interrupciones. El Ministerio de Relaciones Exteriores iraní denunció que el ataque constituye una violación al derecho internacional y representa un intento deliberado de sabotear los avances científicos del país. También lo calificó como una provocación “salvaje” y advirtió que responderá en el momento y lugar que considere adecuados.

Análisis satelitales realizados por medios occidentales como Business Insider y Maxar Technologies muestran cráteres y obstrucciones en los accesos a túneles en Fordow, pero hasta el momento no ha sido posible confirmar de forma independiente si los centros principales de enriquecimiento fueron destruidos o solo aislados temporalmente. Autoridades iraníes reconocieron afectaciones en túneles secundarios, aunque indicaron que no comprometen la operatividad general de las instalaciones.

Las reacciones internacionales han oscilado entre la condena prudente y el respaldo tácito. Israel expresó su apoyo a la ofensiva estadounidense, describiéndola como una señal contundente hacia Teherán. En contraste, países como Rusia, China, Turquía e India hicieron un llamado conjunto a la moderación y urgieron a ambas partes a retomar el diálogo diplomático. La Organización de las Naciones Unidas manifestó una profunda preocupación ante la posibilidad de una escalada regional. En el ámbito interno de Estados Unidos, mientras el expresidente Donald Trump defendió la decisión como necesaria para garantizar la paz mundial, varios legisladores manifestaron inquietud por la falta de consulta previa al Congreso antes de ejecutar la operación.

La ofensiva marcó el uso en combate de la bomba GBU‑57, capaz de penetrar hasta 60 metros bajo tierra. El B‑2 Spirit, por su capacidad furtiva y autonomía intercontinental, resultó fundamental para sortear las defensas aéreas iraníes y alcanzar los blancos con precisión. Este tipo de aeronave fue diseñado específicamente para acciones estratégicas de largo alcance que requieren sigilo y eficacia táctica.

En medio de relatos contrapuestos y tensiones persistentes, el ataque expone no solo una confrontación militar, sino una disputa narrativa sobre el alcance real de sus efectos. Mientras Estados Unidos sostiene haber debilitado componentes clave del programa nuclear iraní, Teherán insiste en que la infraestructura sigue intacta y operativa. La comunidad internacional continúa atenta al desarrollo de los acontecimientos, ante un escenario que permanece abierto y con alto potencial de nuevas confrontaciones.

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