A las once de la noche, Miller Sabogal aún daba vueltas por Villanueva, había pasado horas caminando sin rumbo claro, posponiendo lo inevitable, esa noche, su familia lo esperaba en casa desde las siete; No era una visita cualquiera, iba a presentarse por primera vez con una pareja, no sabía cómo reaccionaría su hermano, un militar de carrera, ni el resto de los suyos, pero al entrar, el miedo se deshizo en segundos, todos sabían, y nadie juzgaba, el silencio que había temido nunca llegó.
Ese recuerdo sigue siendo el más difícil en la memoria de Miller. No porque haya sido rechazado, sino porque durante mucho tiempo creyó que debía prepararse para la desaprobación, “Yo me hice más daño pensando que iba a pasar algo que nunca pasó”, dice.
Hoy, a sus 46 años, Miller es un líder reconocido de la comunidad LGTBI, nació en Cumaral, Meta, pero desde muy niño su familia se trasladó a Villanueva, buscando estabilidad. Es el cuarto de seis hermanos, todos conocidos en el pueblo, estudió un tiempo en el colegio Fabio Riveros, pero muy pronto se dedicó a trabajar para apoyar a su madre. Con apenas 13 años, ya limpiaba y atendía en el negocio de una tía, donde aprendió a tratar con el público. Poco después conoció al profesor Piñeros, quien le propuso ayudar en su licorera, allí sigue desde entonces.
Una presencia constante en su vida, es su madre, Graciela Acosta. “Ella y yo somos muy unidos, siempre me ha comprendido y apoyado, que esté bien, sin una molestia, es mi felicidad más grande”. Su vínculo con ella es sencillo, sólido y directo, es la única persona, cuya opinión lo afecta de verdad.
Con los años, Miller se volvió una figura reconocida en el municipio, hay momentos en que sin estar presente hace parte de las conversaciones cotidianas, puede escucharse desde un “no sea tan Miller” hasta muchas otras expresiones similares, “si usted quiere respeto, respete, esa es mi manera de vivir”, repite. Algunas veces lleva refrigerios a los bomberos, a la Policía, al personal del hospital local, cuando hay una reunión o un evento comunitario, envía bebidas por cuenta propia; “No lo hago por reconocimiento, lo hago porque me nace”.
Su orientación sexual nunca fue motivo de ruptura con su familia ni con la comunidad; “Desde que nací, he sido lo que soy y desde niño me han aceptado”. Aun así, reconoce que no todo ha sido fácil, “hay muchos que todavía tienen prejuicios, incluso dentro de la misma comunidad LGTBI, hay quienes no se sienten seguros, que no van a las reuniones, yo siempre les digo, cabeza arriba, respeto por los demás y respeto por uno mismo”.
La llegada del Padre Fausto a la parroquia del centro, marcó otro punto de quiebre. “Antes yo me complicaba mucho, me enredaba con lo que decía la gente. Pero el Padre me enseñó a creer más, a vivir sin miedo, sin pensar en lo que opinen los demás”. Hoy, dice, ha aprendido a vivir hacia adelante, “Para atrás, ni para coger impulso”.
Villanueva, para él, es una familia grande, nunca ha sentido rechazo abierto, ni siquiera cuando fue candidato al concejo municipal por la comunidad LGTBI. “Afortunadamente no pasé, no porque no quiera servir, sino porque es muy difícil lidiar con quienes no entienden que también merecemos respeto”.
Lo que sueña ahora no tiene que ver con cargos ni reconocimientos, ni con beneficios personales, “me gustaría un programa de vivienda para la comunidad LGTBI, algo que les dé seguridad, que les permita sentirse parte de este lugar, sin miedo”.
Su mensaje final no cambia; “Todos somos humanos, con cualidades y errores, si respetamos, merecemos respeto y así debe ser”. Lo dice mientras sonríe, afuera de la licorera donde siempre se le puede encontrar dispuesto a atender a todos por igual.
