A las 6:05 de la tarde del viernes 19 de septiembre, en una sala de parto del Hospital Regional de la Orinoquía, nació Elién Celeste Herrera Lara. Pesó seis libras. Lloró con fuerza, mientras su madre, Karen Johana Lara Zárate, de 24 años, la sostenía por primera vez. Fue el comienzo de algo nuevo, no solo para ellos, sino también para un espacio que, en silencio, acompañó esa llegada: el hogar de paso que funciona a pocos metros del hospital.
José Eduardo Herrera Daza, de 21 años, es panadero. Aprendió el oficio en Villanueva y actualmente trabaja en la esquina de la calle 7 con carrera 9. Viajó con Karen hasta Yopal en busca de atención médica para el parto. Lo hicieron sin certezas y con una inquietud persistente: ¿dónde quedarse durante esos días? La respuesta llegó sin buscarla demasiado, pero en el momento justo.

A menos de 150 metros del hospital funciona un hogar de paso, sostenido por iniciativa del diputado Henry Pérez Hernández desde febrero de 2024. Allí, en una casa de fachada amplia y rodeada de árboles, llegan familias de Villanueva que necesitan acompañar a un ser querido hospitalizado en el HORO. Algunas vienen por urgencias; otras, como Karen y José, para traer una vida al mundo.
El hogar ofrece lo justo, habitaciones, ventiladores, baños y privacidad. Pero su mayor valor no está en las cosas sino en la cercanía. Desde una de sus ventanas se puede ver el hospital. Desde la puerta, se puede llegar caminando en tres minutos. En la madrugada del 20 de septiembre, eso fue clave para José.




Celeste ya había nacido, pero en medio de las gestiones posteriores, su esposa y su hija necesitaban de su apoyo. A la una de la mañana salió del hogar de paso. Caminó hasta el hospital con una pañalera en la mano y un pensamiento fijo, estar cerca y demostrar que en ese momento no solo la cercanía basta, ese recorrido era uno de sus primeros retos ya convertido en padre.
Más tarde y ya con la luz del día, José hizo el camino de nuevo. Pero esta vez no fue solo. Lo acompañó Henry Pérez. Caminaron juntos desde el hogar de paso hasta el hospital, hablaron en el trayecto. No fue una visita formal. Fue más bien una conversación en movimiento. Un gesto de acompañamiento real.
Subieron en ascensor hasta el cuarto piso. Entraron juntos a la habitación donde estaban Karen y Celeste. Se saludaron con la mirada y con las manos. José los presentó y Henry fue testigo de una escena breve, pero cargada de lo esencial, el abrazo entre los tres, las palabras que no siempre hacen falta cuando hay algo más fuerte en el ambiente: la conciencia de haber llegado, de haberlo logrado.

Para Henry, ese momento también significó algo. Escuchar, observar, caminar a paso lento con alguien que acaba de ser padre, ver cómo el hogar de paso no es solo un techo, sino un tramo del camino. Un tramo silencioso, pero necesario. Un espacio que no busca reconocimiento, sino función.
Celeste nació allí, en ese punto intermedio entre la incertidumbre y la posibilidad. Su historia no es distinta a la de otras más de 640 personas que han pasado por ese hogar. Pero su nacimiento ayuda a contar lo que ese lugar representa, una respuesta ante la pregunta que muchos, sin decirla en voz alta, cargan cuando viajan a Yopal acompañando a un familiar enfermo: ¿dónde me voy a quedar?
José ya tiene la respuesta. La caminó. La vivió. Y ahora puede narrarla. A su modo, como panadero, como padre, como alguien que sabe lo que es recibir ayuda sin pedirla en voz alta. La misma respuesta que algún día Celeste podrá conocer cuando sepa que nació cerca, en calma, cuando todo estaba listo, porque alguien pensó que era importante que sus padres tuvieran dónde esperar.