No todas las historias de vaquería comienzan con un linaje de campeones o una infancia rodeada de trofeos. Algunas nacen del sacrificio, de las caídas que enseñan y de la adrenalina que se convierte en necesidad. Lina, desde Villanueva, y Andrea, desde Tauramena, han cabalgado por los mismos senderos, han sentido el aire cortante en la cara mientras cruzan la línea de meta y han llevado el nombre de Colombia a escenarios internacionales. Aunque sus caminos iniciaron de manera distinta, sus sueños las han llevado a compartir las mismas pistas, las mismas emociones y el mismo compromiso con la vaquería.

La primera vez que Lina compitió, terminó cayendo del caballo. Para muchos, esa caída habría sido el final; para ella, fue el inicio. Andrea, en cambio, creció rodeada de caballos gracias a su padre y, más tarde, su pareja, un coleador, reafirmó su amor por este mundo. Pero no fue sino hasta 2022 cuando decidió tomárselo en serio. Su primer caballo, Tomy, fue su cómplice en esta historia que no sabía cómo terminaría. La competencia que cambió todo llegó en enero de 2023, en Tauramena. “¿No va a salir? ¡Salga, vaya!”, le insistieron. Finalmente lo hizo, y la adrenalina la atrapó para siempre.
Pero competir no es solo montar y galopar. Lina y Andrea han enfrentado obstáculos fuera de la pista: trabajo, estudio, falta de recursos y sacrificios constantes. Han competido con botas de caucho y sombreros prestados porque no había para más. Han madrugado para entrenar antes de sus responsabilidades diarias, han trabajado sin descanso para costear sus viajes y han tocado puertas en busca de apoyo. Aunque las organizaciones de eventos internacionales les han brindado hospedaje, comida y transporte dentro de las competencias, los vuelos y otros gastos han salido de su propio bolsillo. Cada moneda invertida ha sido una apuesta por su sueño.

En 2023, Andrea se entregó por completo a la vaquería, entrenando con disciplina para su tercera competencia en mayo. Lina, con más experiencia, se convirtió en una referencia, una guía silenciosa para quienes, como Andrea iban encontrando su ritmo en la pista. Sus nombres han hecho eco en Chile, Perú y México, donde han representado a Colombia. Lina recuerda su paso por México como el momento en el que lo que alguna vez fue un sueño se hizo realidad. Andrea, por su parte, aprendió en Chile lo que significa adaptarse enfrentando el frío y el reto de montar con aperos ajenos. Pero la competencia no es solo rivalidad; también es hermandad. En el camino han encontrado apoyo de otras competidoras, demostrando que la vaquería más que un deporte es una familia.
Más allá de las competencias, han trabajado para fortalecer este deporte en sus comunidades. En Tauramena, Andrea y su pareja, Misael, fundaron la escuela MA, un espacio donde niños y jóvenes aprenden sobre coleo, barriles y equitación. Gracias a apoyos publicos, muchos pueden formarse sin costo, descubriendo en la vaquería una pasión y un futuro. Además, han impulsado el turismo ecuestre en la región. En Villanueva, Lina ha equilibrado su pasión con el emprendimiento. Su marca de ropa, África, ha sido una fuente de ingresos y un gran apoyo en el desarrollo de su carrera como jinete, ha tenido que luchar también para poder consolidar su marca en donde está ahora y sigue en su camino de emprender para poder continuar con su pasión.

Ambas han tenido a sus familias como pilar. Andrea ha encontrado en su hermano menor un apoyo incondicional, dándole ánimos en sus momentos de duda. Lina, aunque su familia no ha podido ayudarla económicamente como quisieran, ha sentido el respaldo inquebrantable de sus padres. Recuerda con emoción una competencia a la que su padre no pudo acompañarla, siendo esto inusual. Salió a la pista con un solo pensamiento: ganar para llamarlo y decirle con orgullo “Papi, gané”. Cuando lo hizo, ambos lloraron al teléfono, ella por amor a su padre, él por el orgullo de verla triunfar.
Más allá de los títulos y trofeos, lo que realmente las llena es saber que están dejando una huella. Lina vio su impacto el día en que una niña se le acercó y le dijo: “Yo quiero ser como tú”. Andrea lo vive en cada niño que llega a su escuela con los ojos brillantes de emoción. Ambas han aprendido que la mente es el mayor aliado o el peor enemigo. Que los golpes enseñan a resistir y que la vaquería no se trata solo de competir, sino de vivirla. Cada carrera, cada caída, cada trofeo levantado es un paso más en un camino que no solo recorren por ellas, sino por quienes vendrán después. Porque si algo han demostrado Lina y Andrea es que los sueños se alcanzan galopando con determinación y con el corazón puesto en cada zancada.
Crónica: Michael Andrés Reyes Barreto