Hay un restaurante que muchos reconocen por su ambiente cálido y su cocina en Villanueva. Su historia no comenzó con grandes inversiones, sino con un contenedor vacío, dos socios con ganas de emprender y el deseo de ofrecer a su comunidad un lugar propio para compartir y comer bien.

El nombre nació de la unión de dos apellidos —Bravo y Aragón— y de una idea sencilla, ofrecer una alternativa gastronómica en Villanueva. Juan Diego Aragón y Camila Bravo, quienes fueron socios aproximadamente 1 año, iniciaron el proyecto con recursos limitados. Vendieron sus carros, reunieron sus ahorros y, junto al chef Mauro Nieto, comenzaron a levantar el restaurante con lo que tenían a mano: madera, creatividad y perseverancia.

“El negocio lo hicimos con las uñas”, recuerda Juan. “Ese contenedor fue nuestro punto de partida. Lo limpiamos, le hicimos una fachada y armamos unas mesas bajo los árboles. Así empezó todo”.

El primer día de apertura quedó grabado como una mezcla de emoción y caos. El restaurante se llenó, las comandas se acumularon y la comida tardaba más de lo esperado. Mauro —entonces chef, hoy socio— aún sonríe al recordarlo: “Ese día fue desastroso. Sacábamos un plato cada cuarenta minutos y aun así la gente esperó. Fue la primera gran lección”. Las críticas constructivas, incluso las más duras, ayudaron a mejorar. Con el tiempo, el equipo aprendió a organizar la cocina, optimizar procesos y fortalecer el servicio. La experiencia, dicen, fue su mejor maestra.

Bragón creció de manera orgánica, impulsado por la acogida de la comunidad. Los socios coinciden en que Villanueva ha sido más que un público, ha sido el motor que los obligó a mejorar. En cada ampliación del espacio, en cada nueva mesa y en cada plato servido, hay una historia de aprendizaje y resiliencia. “Mi papá fue mi mayor crítico”, cuenta Juan Diego. “Él me decía cuando algo estaba mal, y eso me obligó a hacerlo mejor. Hoy sigue siendo parte de todo esto”.

La experiencia de Mauro en España también dejó huella. Allí aprendió disciplina, rigor y el valor de la satisfacción del cliente. “A mí lo que más me gusta es ver la cara de quien prueba un plato y se va feliz. Esa es la recompensa”, dice. Ese sentido de pertenencia se refleja en todo el equipo, desde la cocina hasta la atención al público.

Hoy, cuatro años después, Bragón es mucho más que un restaurante. Es un espacio donde se celebran bodas, reuniones familiares y momentos importantes para la comunidad. De su estructura en madera —el sello de la familia Aragón— surgieron nuevos proyectos como Bragonelos y el área social de San Francisco, que continúan ampliando la propuesta de hospitalidad en la región.

“Yo no tengo a Bragón por plata”, afirma Juan Diego. “Lo tengo porque representa quiénes somos. Cuando alguien viene aquí y dice que el lugar es hermoso, que comió bien, que se sintió atendido, eso vale más que cualquier ganancia”.

Ambos socios coinciden en la palabra que mejor define su proyecto: experiencia. Una experiencia construida a base de esfuerzo, autocrítica y comunidad. Bragón es, en palabras de Mauro, “el centro de experiencias de Villanueva”. Y lo que empezó como un contenedor abandonado, hoy es símbolo de crecimiento y pertenencia para todo un municipio.

 

Redactado por Aldair Cuartas

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