Steven cerró los ojos, cruzó la meta y lloró entre las montañas húmedas de Bahía, Brasil. No sabía si de cansancio, emoción o gratitud, pero entendía que acababa de cumplir un sueño que había nacido entre charlas con amigos en Villanueva, y se materializó después de meses de preparación.

El ciclomontañista casanareño enfrentó lluvia, lodo y días de incertidumbre en una de las pruebas más exigentes del mundo, y logró terminar entre los mejores. Una historia de resistencia, emoción y compañerismo.

Todo comenzó como un plan entre compañeros de pedaleo. Maicol Castro, amigo cercano, soñaba con correr una gran prueba internacional de MTB (Mountain Bike). Primero pensaron en una competencia en Marruecos, pero una lesión de Maicol cambió el rumbo. “Él me dijo: ‘organícese, que yo le gasto una carrera grande’. Y apareció Brasil Ride. Era tropical, no pedían visa y parecía el paraíso”, recuerda Steven.

Medalla de finisher de la competencia Brasil Ride

Sin imaginarlo, esa decisión los llevó a una de las experiencias más duras y emocionantes de sus vidas. Junto a sus compañeros Maicol Castro, Juan Camilo Rengifo y Cristian López, Steven entrenó para resistir los más de 900 kilómetros de recorrido por terrenos salvajes, con ascensos complicados, ríos crecidos y caminos convertidos en barro por las lluvias. “Nos especializamos en montaña. Hicimos simulacros de tres y cuatro días. Queríamos llegar listos”, cuenta.

Pero el viaje no comenzó bien. Desde Bogotá, Steven partió enfermo del estómago. “Nunca había estado tan mal. Me deshidraté, no comía, y viajando uno no sabe qué medicina comprar, fueron días muy difíciles”, relata. A eso se sumaron los retrasos, vuelos perdidos y un clima que parecía anunciar que lo que vendría eran días de tormenta incesante.

La competencia se desarrollaba en duplas, entre los cuatro amigos se pusieron de acuerdo para que los equipos quedaran equilibrados a partir de las capacidades de cada uno, fue cuando definieron que correrían Maicol y Juan como una pareja y Steven y Cristian como la otra. En Bahía el clima no mejoraba, las primeras etapas fueron bajo lluvia, los caminos se cerraron por derrumbes y la organización debió cancelar dos días completos de competencia. “Llovía tanto que se fue la luz, se cayeron varios árboles, cerraron las rutas. Nos tocó lavar la ropa a mano y esperar”, recuerda.

Maicol Castro, Cristian López, Steven Agudelo y Juan Camilo Rengifo al finalizar la sexta etapa

Cuando por fin reanudaron la carrera, el barro se convirtió en el enemigo constante. “Las bicicletas pesaban el doble, se dañaban los frenos, los ojos se llenaban de tierra. Era una lucha contra el terreno”, describe Steven. En la primera etapa, su dupla Cristian sufrió calambres, pero siguió pedaleando. “Yo le decía: ‘compa, hágale que yo no lo dejo solo, yo lo llevo así sea de gancho’. No lo iba a dejar por nada”.

El punto más alto —literal y emocional— fue la subida al monte Cariri. Entre piedras gigantes y caminos estrechos, Steven sintió que el esfuerzo valía la pena. “Me sentía como en Avatar, con esos monolitos enormes. Me caí, puse pie en tierra, recogí un cuarzo y me lo traje para Colombia. Eso, y una daga que encontré en el camino son símbolos personales de haberlo logrado”, dice con una sonrisa.

En medio del agotamiento, se refugiaba en su motor más fuerte. “Mi papá estaba enfermo en Colombia. Yo pensaba en él todo el tiempo. Lloré en varias etapas, porque uno se llena de emociones pensando en su familia y en alcanzar un sueño”, confiesa.

Bicicleta de Steven Agudelo

Al final, Steven y Cristian lograron una sexta posición, mientras que Maicol y su compañero Juan quedaron en el octavo puesto de la categoría élite, un resultado extraordinario en una competencia regulada por la UCI (Unión Ciclística Internacional) con más de 600 competidores de todo el mundo. “Fuimos con lo mejor que teníamos y volvimos con lo más importante, la experiencia y la medalla de finisher”, resume.

Hoy, de regreso en Villanueva, Steven sigue pedaleando con su grupo Palma Bike, promoviendo el deporte y los hábitos saludables. “Yo siempre digo: pedalear es gratis, y con Palma Bike es más gratis aún”, afirma entre risas.

Y aunque por ahora dice que no volvería a correr en una competencia de tan alta exigencia, sabe que cada gota de barro quedó tatuada como parte de su historia. “El cuerpo se recupera, las bicicletas se arreglan, pero las emociones y los recuerdos que uno vive allá, no se borran jamás”.

Redactado por Angie Romero

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