Alexander López jamás imaginó que la vida lo llevaría a recorrer un camino completamente desconocido. Cuando su hijo Diego tenía dos años y medio, comenzó a notar que algo era distinto en él. No era un problema, no era una enfermedad, simplemente era diferente. La palabra “autismo” llegó a su vida sin previo aviso, y con ella, una montaña de dudas, miedos y retos. Pero también, y sin saberlo en ese momento, una oportunidad para descubrir un amor más grande y una visión completamente nueva del mundo.

La búsqueda de un lugar donde su hijo pudiera aprender y desarrollarse con aceptación y sin barreras lo llevó de un lado a otro. Se trasladó a Tunja con la esperanza de encontrar el apoyo adecuado, pero la decepción fue grande. El respaldo que esperaba no llegó. Fue entonces cuando decidió volver a su tierra, Villanueva, Casanare, donde encontró algo que no había visto antes: un colegio que no solo aceptaba a Diego, sino que lo entendía, lo valoraba y lo integraba. El Colegio María Montessori.
Desde el primer día, Alexander sintió que algo era diferente en ese lugar. No eran solo palabras bonitas sobre inclusión, sino hechos reales. “Acá los niños son escuchados”, le dijo la directora con convicción. Y lo comprobó al ver cómo los compañeros de su hijo lo recibían sin prejuicios, con la naturalidad propia de la infancia. “Todos somos diferentes”, decían los pequeños, con una claridad que a veces los adultos olvidan.

Los niños, a diferencia de los grandes, no ven diferencias como obstáculos. Para ellos, Diego no era un “niño con autismo”, era simplemente Diego, su compañero de clase, su amigo. “Ellos no están contaminados de sentimientos negativos”, reflexiona Alexander. “Nosotros, los adultos, somos quienes ponemos etiquetas, quienes vemos barreras donde ellos solo ven oportunidades de jugar y aprender juntos”.
Esa aceptación no surge de la nada. El entorno familiar juega un papel clave en esta historia. En el hogar de Diego, la tolerancia y el respeto se viven a diario. Su madre, a quien Alexander menciona con admiración, ha sido un pilar fundamental en su educación y en su desarrollo emocional. La educación no está solo en el aula, sino en cada conversación, en cada acto de amor y paciencia dentro del hogar.

El Colegio María Montessori no solo se ha convertido en un refugio para Diego, sino en un modelo de inclusión para toda la comunidad. “Nosotros hemos crecido mucho”, dice la directora, quien destaca cómo el colegio ha aprendido de cada niño que llega con una condición diferente. “Aquí no tenemosmiedo de recibirlos, porque sabemos que podemos aprender tanto de ellos como ellos de nosotros”.
Para Alexander, este camino ha sido un aprendizaje constante. Antes de Diego, no sabía mucho sobre el autismo. Ahora, se ha convertido en un defensor de la inclusión, en un ejemplo para otros padres que, como él, un día sintieron miedo ante lo desconocido. “Diego me ha enseñado que el problema no son ellos, somos nosotros. Con nuestros cinco sentidos intactos, creemos que todo se soluciona con violencia, con gritos, con imposiciones. Pero ellos nos muestran otro camino: el de la paciencia, el amor y la comprensión”.
Hoy, Alexander no cambiaría a su hijo por nada. Diego es el motor de su hogar, el centro de su familia, su mayor bendición. Su historia no es solo la de un padre y un hijo, sino la de una comunidad que ha decidido ver la diferencia no como un problema, sino como una riqueza.
A través de su experiencia, Alexander hace un llamado a la sociedad, a los padres, a los docentes y a las autoridades: “Capacitémonos, aprendamos, involucremos a estos niños en nuestra comunidad. Porque el mundo no está hecho solo para los que encajan en un molde, sino para todos”
Nota: Michael Andres Reyes Barreto