A las 8:08 de la mañana, el piso tembló en Santa Cecilia, una inspección rural del municipio de Paratebueno, en el oriente de Cundinamarca. Fue un solo sacudón, pero suficiente para partir en dos la rutina del domingo. El movimiento telúrico, registrado en 6.5 grados en la escala de Richter, dejó más de 20 viviendas reducidas a escombros.

En cambuches improvisados se reúnen las víctimas del desastre

Las primeras imágenes fueron casas colapsadas, techos caídos, paredes fragmentadas. Pero también fueron personas, muchas, agrupadas bajo carpas improvisadas, compartiendo utensilios de cocina y preparando un sancocho comunitario al borde de la vía. Entre el humo, el olor a leña y el silencio interrumpido por llantos breves, la comunidad comenzó a reorganizarse.

La inspección de Japón, también en jurisdicción de Paratebueno, reportó afectaciones similares: viviendas con fracturas estructurales visibles y locales comerciales inhabilitados. En el área urbana del municipio, los daños fueron menores, aunque visibles en fachadas y algunas estructuras públicas.

Pese a la magnitud del evento, hasta el momento no se han registrado personas fallecidas. Sin embargo, unidades de emergencia confirmaron que varios habitantes resultaron heridos y fueron trasladados a centros médicos en Paratebueno y Cumaral. Las lesiones, según los primeros reportes, corresponden principalmente a contusiones por objetos caídos o desplazamientos forzados durante el temblor.

Las autoridades locales, junto con la policía y el ejército, comenzaron a recorrer los puntos más críticos desde las primeras horas del día. La prioridad, declararon voceros de la alcaldía, es establecer una ruta clara de atención humanitaria, garantizando techo, alimentación básica y seguridad en las zonas más afectadas.

La Iglesia de Santa Cecilia también quedó destruida

A un costado de Santa Cecilia, entre las ruinas, se levantan cambuches con plásticos sostenidos por palos de escoba o fragmentos de lo que antes fueron puertas. Allí se refugian familias enteras. No hay cifras definitivas de damnificados, pero los testimonios coinciden en la gravedad: “Se nos vino todo encima. Salimos con lo que teníamos puesto”, dijo un habitante, mientras recogía pedazos de lo que parecía ser una estufa portátil.

Lo que queda en Santa Cecilia es una comunidad suspendida entre el miedo de lo que puede venir y la urgencia de lo que ya se perdió. El sismo partió muros, pero también reorganizó afectos: vecinos que no solían hablar ahora comparten ollas, lonas y gestos que no necesitan muchas palabras. Entre la incertidumbre, la solidaridad ha comenzado a hacer su trabajo.

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